16 may 2012

Corre como loco

Christian Rémoli cremoli@miradasalsur.com Luis Duggan y yo recorrimos lo que pudimos de Berlín, nos dejaban entrar en todos lados. Lo único que había que acordarse era del saludito”, le dijo Roberto Cavenagh al diario La Nación en 2000, dos años antes de morir. El Boyero, integrante del equipo de polo que obtuvo la medalla de oro en Berlín (últimos juegos donde el polo fue olímpico), recordaba que el saludo nazi era una suerte de símbolo de confianza. “Cuando nos sentábamos a desayunar en el hotel, venía el mozo y nos lanzaba un sonoro ‘Heil, Hitler!’. Nosotros aprendimos que teníamos que imitarlo si queríamos que nos atendiera bien”. En esos días, Jeanette Campbell entrenaba en la pileta de parque olímpico. Atraído por su belleza, Hermann Goering se le acercó para preguntarle de dónde era. Días después, la primera argentina medallista olímpica fue condecorada con la presea de plata por el mismísimo Joseph Goebbels. “Hitler estaba en la cima de su poder. Los alemanes parecían adorarlo. Cuando se acercaba al estadio o a la Villa Olímpica, todo el mundo corría, aplaudía y gritaba, y nosotros los copiábamos”, recordaría Jeannette años después. El deporte, el fenómeno más importante del mundo contemporáneo, conoce miles de ejemplos –buenos y malos– de la invasión de la política en su campo. En Argentina, las causas que defendió fueron varias. Tal vez, la más conocida fue el Mundial ’78, esa suerte de Berlín’36 criollo. La fastuosa fiesta de los goles de Kempes, a 500 metros de donde subían a las víctimas a los vuelos de la muerte y a 300 de donde las arrojaban al río. Allí estaba el grandilocuente aparato propagandístico de la dictadura, hablando a través de El Gráfico, una revista según la cual los soldados argentinos “disparaban flores”, de sus fusiles. El mismo aparato que un año después, durante el Mundialito ’79, fomentó a través del Gordo Muñoz que los pibes se hicieran la rata a la escuela, para recibir al equipo de Menotti y ocultar el reclamo de los familiares de las víctimas de la dictadura ante la OEA en Avenida de Mayo. ¿Convalidaban los atletas de Berlín ’36 al nazismo por el saludo a los mozos? ¿Era Campbell una nadadora afín al régimen por recibir la medalla de uno de sus símbolos? ¿Fueron cómplices los jugadores del ’78 por estrechar la mano asesina de Videla? Que un deportista acompañe con un guiño o saludo, un evento que años después es parte de una gran calamidad, no debe sorprender. Generalmente no les interesa el contexto histórico en el que corren, nadan, juegan, viven. No es ignorancia. Los domina la certeza de que su papel pasa por otro lado, el de correr, el de nadar, el de jugar. El spot que se puso en circulación desde Presidencia de la Nación sobre Malvinas también sucumbe en el espacio que la política le invade al deporte, e incluye un deportista que estaba al tanto del espíritu pero que desconocía que sería parte de un spot oficial. Claro que no es lo mismo la utilización para tapar los crímenes de lesa humanidad, que para realizar un reclamo legítimo y transformarlo al campo de la épica deportiva. Eso que genera el aviso, que fue llamado según el editorialista de turno “patrioterismo, nacionalismo, golpe bajo”, es un código utilizado por la misma agencia (Young & Rubicam) para cervezas, celulares, zapatillas, canales de TV. Pero no exalta a nadie a la hora de vender marcas. Tal vez, si la que reclamara por un territorio fuera Inglaterra y el atleta fuese inglés, los mismos argentinos que se ponen colorados, hablarían de la genialidad de los creativos ingleses. De todas maneras, y a pesar del efectismo del spot, no se advierte el link entre un jugador de hockey ( Fernando Zylberberg, funcionario PRO) corriendo por las islas, entrenando para los juegos y el homenaje a las víctimas. Más allá de la natural emoción que desprende ver un atleta olímpico entrenando en suelo de Malvinas, ¿cuál sería el punto de encuentro entre una cosa y otra? En esa misma maratón en la que se camuflaron los deportistas y los técnicos para rodar, corrieron varios ex combatientes con excelentes resultados. Las voces que se alzaron, inclusive la de Gerardo Wertheim, presidente del Comité Olímpico Argentino, diciendo que los juegos olímpicos “no son una plataforma para hacer política”, deberían revisar la Historia, empezando por la del Comité Olímpico Internacional. A esta altura, quien dice que política y deporte no tienen nada que ver, no conoce la política, no conoce el deporte o mira para otro lado. El Pitón Ardiles, por ejemplo, que perdió un primo en Malvinas, suele explicarlo así: “Cuando se mezclan política y deporte, generalmente, el que sale perdiendo es el deporte”.